El arte gótico en la Lonja de Palma
La Lonja de Palma perdió su función principal hace tiempo para convertirse en un espacio de arte y cultura. Esta joya arquitectónica del gótico en Palma es una de las más visitadas, junto a la Catedral, pero en ese caso goza de una popularidad que se extiende más allá de la puesta de sol. Las terrazas, restaurantes y bares aledaños ofrecen, junto a las vistas del majestuoso edificio, todo tipo de propuestas gastronómicas.
Su misión: ennoblecer la profesión del mercader
El colegio de mercaderes de Mallorca encargó este edificio público al arquitecto Guillem Sagrera. Era el año 1426, y la intención del colectivo era no sólo cubrir las necesidades de compraventa de productos, sino también darle un aire más noble al oficio de los comerciantes. El proyecto tenía que ser grandioso, adornado con santos y ángeles, e impactante tanto en el interior como en el exterior.
Fachada sobria con detalles del gótico más avanzado
La Lonja de Palma es una construcción casi cúbica, con cuatro fachadas muy sobrias que contrastan con la riqueza del interior. Sin embargo, la sencillez no es gratuita: las molduras que enmarcan los vanos, la galería abierta y las almenas de la parte superior atraen la mirada a este edificio, entre palaciego y militar, que representa tan bien el arte gótico civil, que inspiraría construcciones similares en Valencia, y algunas más, de períodos posteriores.
El ángel de la Lonja de Palma
A pesar de tratarse de un edificio civil, la época requería de elementos religiosos. Destaca especialmente el ángel custodio que se sitúa en el vano de la puerta de entrada, una gran escultura de arenisca, atribuida al propio Guillem Sagreda, quien, además de arquitecto, también fue escultor.
Muchos historiadores del arte se han maravillado con la delicadeza de la escultura, los detalles de sus alas, y el estilo, a medio definir entre el gótico flamígero y el Quattrocento más exquisito, un carácter que el autor perfeccionaría en el Castell Nuovo de Nápoles.
La misión del ángel se refleja en la cartela que lleva entre las manos: “Defenedor de la Mercaderia”.
Palmeras de piedra en el interior
Al atravesar las puertas de la Lonja se abre un espacio que cambia por completo la percepción del edificio y las sensaciones que emanaban de su fachada.
Ante el visitante se abre un salón con tres naves de idéntica altura, separadas por seis columnas, estilizadas y elegantes, que no tienen capitel, y que se funden con las bóvedas de crucería de la cubierta, a través de unas estrías helicoidales que recorren todo el fuste, dándoles la apariencia de soberbias palmeras de piedra.
La luz que entra por los ventanales y la altura y estrechez de las columnas dan como resultado la sensación de estar en un lugar amplio y diáfano, exactamente lo que se pretendía cuando se realizó el encargo: un mercado en el que los vendedores podían exponer su mercancía sin estrecheces, y en el que los compradores podían moverse con facilidad de un puesto de venta a otro.
No importa que los usos de este edificio del gótico mallorquín hayan cambiado. La Lonja permanece imperturbable, otrora a orillas del mar, actualmente rodeada de calles y paseos.
Asistir a una exposición en este espacio es espectacular, pero aún vacía, impresiona por su majestuosidad y aún recuerda los ecos de los anuncios de los antiguos mercaderes, y las peticiones de los compradores.